
Dr. D. Manuel Fernández Chavero
Presidente de la Comisión de Deontología del Ilustre Colegio Oficial de Médicos de la Provincia de Badajoz.
Secretario de la Comisión de Ética y Deontología de la Organización Médica Colegial de España.
El objetivo de la educación es la virtud y el deseo de convertirse en un buen ciudadano.
Platón.
Siempre he estado en el convencimiento de que una sociedad que pretenda tapar con leyes las grietas de una mala educación es una sociedad equivocada. Nos ha sucedido con la violencia de género y nos está pasando con las leyes y normas que pretenden disminuir las agresiones a médicos. Nos han elevado a la categoría de autoridad pública en la quimera de que un título sobrevenido ayudará a reducir la agresividad y la violencia que se ha instalado en la sociedad. Aunque no es menos cierto que penar a los que infringen las leyes es, al menos, más justo que la impunidad.
Actualmente estamos asistiendo, mitad sorprendidos y mitad resignados, a una cascada de noticias en los medios de comunicación sobre las agresiones a médicos; y nos encontramos que en nuestra humilde y noble Extremadura de cada 1.000 médicos extremeños, 5,8 sufrieron una agresión en el pasado año 2024; casi el doble de la media nacional sólo superados por Ceuta. Esta noticia es una verdad a medias y bien es sabido que, a veces, las verdades a medias son mentiras a medias. La realidad es que son muchas más. Muchísimas más. Las agresiones denunciadas son la punta del iceberg. El cuerpo del iceberg es el silencio y la resignación estoica del que ejerce su profesión confortado en facilitar y proporcionar el bienestar ajeno y se calla, o se acobarda, y se enjuaga las lágrimas amparado en la humildad de quien acepta que hasta hacer el bien exige un peaje.
La Medicina no es un oficio es una profesión, una profesión humanista; de una tremenda carga moral y ética. No hay mayor interrelación profesional entre seres humanos que la que se deriva del acto médico. El médico es médico porque atiende al enfermo y el enfermo debe saber que disfruta de ese privilegio porque hay personas que entregan su vida en esa atención.
Tenemos la profesión más valorada por la sociedad. Pero en esa grandeza lleva implícita su enorme vulnerabilidad. La grandeza de la Medicina es la atención al enfermo, a la persona que sufre, y precisamente la persona que sufre es nuestro tendón de Aquiles. Los políticos lo saben y también los agresores y por eso unos nos explotan y los otros nos agreden y unos y otros nos humillan desde la seguridad de que nuestra vocación, nuestra deontología y nuestra ética individual nos posicionan siempre al lado del enfermo. Esa es nuestra grandeza y nuestra debilidad. Pero cuanto mayor es nuestra grandeza y nuestra debilidad mayor es la miseria moral de quienes las utilizan para hacernos daño.
Hay que ser profesionales cívicos en una sociedad de ciudadanos cívicos y para ello el camino es la educación. Educación en la familia, educación e instrucción en las escuelas, educación laboral, educación social, educación espiritual. El tratamiento curativo es la educación. El tratamiento paliativo son las leyes.
A veces somos condescendientes con nosotros mismos y hablamos de agresiones derivadas de la mala educación dando por hecho que hay educación, aunque sea mala. Pero quizás la realidad es que vivimos en una sociedad donde muchos de sus miembros simplemente no tienen educación.
Creo que la solución nunca será unilateral. Los médicos y la sociedad y la sociedad y los médicos tenemos un contrato social. Y de ese contrato surge la primera pregunta: ¿Qué médicos quiere la sociedad?. Porque la misma sociedad que nos necesita y nos respeta también nos insulta y nos agrede. Si la sociedad quiere médicos tendrá médicos, pero si quiere obreros de la sanidad tendrá obreros. Lo triste y desalentador es que una parte de la sociedad quizás no sepa lo que quiere.
Se están formando generaciones de médicos de un extraordinario bagaje académico que les ha tocado vivir en una sociedad hipermedicalizada, hosca, agresiva, exigente, consumista e instalada en la certeza de que todo tiene cura, exigiendo al médico permanentes respuestas y soluciones cuando, en muchas ocasiones, no queda más que el consuelo; mirando cada acto médico con lupa para ver si se ajusta a la lex artis y está en consonancia con una pericia actualizada. Estamos sometidos a un permanente e interminable examen social.
Hace algunos años la Revista AMA me otorgó el privilegio de hacerme una entrevista. Se me preguntaba por varias cuestiones y entre ellas algunas en relación con la judicialización de la Medicina y efectivamente a nadie se le escapa que estamos asistiendo a un deterioro progresivo en la triple relación médico- paciente, médico-sistema y paciente-sistema.
La judicialización ha traído consigo la medicina defensiva. Una medicina muy distanciada de la lex artis y la buena praxis, ruinosa para el sistema, vergonzante para quien la ejerce y nociva para los enfermos y está alejando de puestos asistenciales a extraordinarios profesionales por no querer, o no poder, trabajar con miedo.
Se me preguntaba mi opinión sobre cuales podrían ser las claves para evitar dicha judicialización. Mi respuesta fue que las claves son recuperar los cuatros pilares, que, a mi entender, sustentan el edificio de la relación médico-paciente: confianza mutua, respeto mutuo, necesidad mutua y agradecimiento mutuo. Y añadía un quinto pilar que considero esencial: humildad. Los médicos debemos aprender a pedir perdón. Cuando a un paciente, o a su familia, tras un error, le sabemos pedir perdón con humildad y sinceridad, disminuimos las posibilidades de una denuncia o una agresión a unos niveles casi insignificantes. La gente, la inmensa mayoría de las personas, son buena gente. Y esas buenas personas perdonan el fallo, el error involuntario o bienintencionado, pero lo que no perdonan es la soberbia, la mala educación, la grosería o la petulancia. Esta es una parte de nuestro contrato social.
Toda agresión, física o verbal, es siempre indeseable en sí misma. Pero hay circunstancias en nuestra actividad asistencial en la que podemos ser un daño colateral en situaciones de excepcionalidad. El paciente enajenado por un dolor insoportable ante la muerte inesperada y súbita de un ser querido; el drogadicto fuera de si por un síndrome de abstinencia incontrolable; el paciente psiquiátrico en un brote psicótico e incluso apurando mucho esos parásitos del sistema cuando ven peligrar la perpetuidad de su baja laboral. Esta es una parte de nuestro contrato social.
Nadie está exento de verse envuelto en un proceso judicial o en una situación de agresión y humillación, pero si respetamos la relación médico-paciente, aprendemos a escuchar e informar, adecuamos nuestra conducta y nuestros modales a unas relaciones interpersonales basadas en el respeto, la educación y la deferencia y aprendemos a pedir perdón cuando corresponda estaremos caminando en la buena dirección. Esta es una parte de nuestro contrato social.
Ejercer la Medicina en medio de esta jungla, anulando o minimizando el riesgo a denuncias, insultos y agresiones, y poder sobrevivir sin perder el don de la vocación y el patrimonio de nuestra autoestima, nos obliga a una formación en valores; tenemos que especializarnos en relaciones humanas; en todos esos conceptos de empatía, asertividad, modales, comportamientos, comunicación y un largo etc. Esta es una parte de nuestro contrato social.
Impliquemos a los estudiantes, a los médicos del futuro, en la formación científica, en el derecho sanitario y en todos aquellos aspectos que faciliten y optimicen su futura labor asistencial, pero facilitemos de manera especial la formación y el compromiso en los valores éticos que les ayuden a alcanzar la excelencia; divulguemos la Deontología como marco de nuestro quehacer entre nosotros, de nuestro compromiso con el paciente, con la sociedad y con el progreso científico y moral. Hagamos profesionales cívicos. Esta es una parte de nuestro contrato social.
Hace tiempo tuve la oportunidad de leer “Filosofía para Médicos”, de Mario Bunge. El autor se pregunta:
Qué es la Medicina: ¿Ciencia Aplicada, Técnica o Arte? ¿Qué Filosofía Moral debe guiar el ejercicio de la Medicina?”
¿Cómo puede ayudar o perjudicar la Filosofía a la Medicina?. Aunque un médico pretenda que la Filosofía le aburre, de hecho, filosofa todo el día. En efecto, cuando razona bien practica la Lógica; cuando da por descontado que los pacientes, enfermeras y farmacias existen fuera de su conciencia, practica el Realismo Ingenuo; cuando supone que también los genes y los virus son reales aun cuando no se los perciba, adopta el Realismo Científico; cuando rechaza la hipótesis de que las enfermedades son de índole y origen espirituales, suscribe una concepción naturalista del mundo; y cuando presta su ayuda aun sin tener la seguridad de cobrar, practica una Filosofía Moral Humanista”.
La Organización Médica Colegial de España, y la totalidad de los Colegios de Médicos, están realizando una intensa y loable labor en la prevención y denuncia de las agresiones. También en la defensa y recuperación física y anímica de los agredidos. Es una lucha que no tiene fin porque todos sabemos que la violencia y la agresividad son rasgos inherentes a la naturaleza humana y eso convierte esta labor institucional en una labor a perpetuidad, pero cuanto más fuerte sea nuestra estructura corporativa mejor asesorados y protegidos estaremos.
Estoy en el convencimiento de que mi Colegio, el Ilustre Colegio Oficial de Médicos de la Provincia de Badajoz, ejemplo de esa Filosofía Moral Humanista, siempre comprometido con la salvaguarda de la dignidad profesional, el apoyo al colegiado y al ciudadano, en la excelencia profesional, en la formación continuada y en el cultivo de valores es y seguirá siendo siempre, con total seguridad, el amparo, el asilo, la casa, la esperanza y la defensa de sus médicos en esta tierra donde somos de los más agredidos de España.