Dr. D. Manuel Fernández Chavero
Presidente de la Comisión de Deontología del Ilustre Colegio Oficial de Médicos de la Provincia de Badajoz.
Vocal de la Comisión Central de Deontología de la O.M.C.
Hace algunos años, en el transcurso de una cena de trabajo, tuve la oportunidad de compartir mesa con una buena persona y excelente compañero. A lo largo de la misma se hablaron muchas cosas, pero de todas ellas me quedé con una frase, que, según este compañero, un día le dijera un amigo suyo. La frase en cuestión era: “Soy feliz desde que he descubierto que soy innecesario”.
Es de esas frases que te entran por el oído desde el principio. Quizás algún experto podría escribir un libro con los significados de la misma. Yo me conformo tan sólo con dos. Un significado amable que bien pudiera ser del anciano al final de su vida. Ha cumplido todas sus obligaciones y expectativas y es feliz porque ya no es necesario. Disfruta de lo que antes se llamaba la satisfacción del deber cumplido. Pero también queda otro significado desasosegante, y quizás egoísta, del que se conforma con una felicidad surgida de no sentirse necesario para nada ni para nadie, ni tan siquiera para el mismo, y se limita a transitar por la vida sin necesidad de equipaje.
La Deontología, conceptuada como nuestra ética corporativa, no puede caer en ninguno de los múltiples significados que pudiera tener esta frase porque tiene una virtud por encima de las demás; la necesidad y la obligación de ser necesaria siempre. Pero esa necesidad deontológica tiene que nacer de la necesidad individual y colectiva de cada uno de nosotros.
Los médicos ejercemos una profesión muy singular en su necesidad y por tanto tenemos una doble obligación: ser necesarios y hacernos necesarios.
Una sociedad que no sólo ha renunciado a mucho de sus valores, sino que incluso los ha invertido, y así vamos viendo que el enfermo agrede a su médico, el alumno a su maestro, el esposo a su esposa o el hijo a su padre es una sociedad enferma con una patogenia muy compleja y es una responsabilidad nuestra, como referentes y educadores sociales, contribuir a la recuperación de los mismos.
Los médicos ejercemos una profesión muy singular en su necesidad y por tanto tenemos una doble obligación: ser necesarios y hacernos necesarios.
Una sociedad que no sólo ha renunciado a mucho de sus valores, sino que incluso los ha invertido, y así vamos viendo que el enfermo agrede a su médico, el alumno a su maestro, el esposo a su esposa o el hijo a su padre es una sociedad enferma con una patogenia muy compleja y es una responsabilidad nuestra, como referentes y educadores sociales, contribuir a la recuperación de los mismos.
Vivimos en un mundo de cambios vertiginosos y en ocasiones hasta atropellados. Los descubrimientos tecnológicos de los últimos años han superado, con creces, siglos enteros de nuestra existencia. El ser humano es el único ser de la naturaleza dotado de raciocinio y conciencia y por tanto tenemos la capacidad de discernir la ocurrencia y la pertinencia de nuestro comportamiento y por tanto también de asumir las consecuencias de los mismos.
En el curso de Experto en Ética Médica de la O.M.C que tuve la suerte de realizar en su primera convocatoria, y aprovecho para animar a todos los que leáis estas líneas a hacerlo, se nos decía que las personas somos capaces de emitir juicios morales instantáneos sobre muchísimas cuestiones sin necesidad de poseer conocimientos académicos para ello. Es decir, existe una ética personal, individual, que tan sólo depende de nuestras conciencias y derivada de la experiencia moral humana y universal. Somos también capaces de emitir juicios morales razonados y analizados lo que nos conduce a conceptos como Bioética y Ética Filosófica; y, por otro lado, en nuestra profesión, somos capaces de regularnos mediante una serie de principios y normas que nos conducen a la Deontología.
Tanto nuestra Ética individual, como la Bioética y la Deontología, son necesidades de nuestra profesión para intentar ajustarnos a los cambios tecnológicos sin tirar por la borda nuestro humanismo. Tecnología y Humanismo constituyen una relación asimétrica; si bien la primera no parece tener ni final ni freno, el humanismo es más sosegado y pausado. Necesitamos, por tanto, revisar ideas para no caer en contradicción con nuestros propios avances, para que la tecnología no nos ahogue, para que no asfixie nuestras conciencias y que al mismo tiempo nos permita un progreso moral y científico.
Los médicos tenemos que sentir la necesidad de “saber estar” y de “saber actuar” en cada momento de la vida de nuestros pacientes. La Medicina actual está evolucionando hasta unos niveles de complejidad técnica, científica y emocional impensables hasta no hace mucho tiempo y no podemos permitirnos cometer el error de quedarnos atrás.
He escrito en otras ocasiones que ejercemos nuestra profesión, y nuestra vocación, en una sociedad que no parece tener muy claro qué tipo de médicos desea tener. El usuario exige un médico con mono de trabajo; el enfermo demanda un médico con bata; y el moribundo y su familia, cuando ya nuestras vidas no son más que un pasaje para la otra, necesitan seres humanos que no solamente faciliten la facturación de su equipaje vital, sino que también, y sobretodo, transmitan a partes iguales ciencia, alivio, consuelo, empatía y presencia.
Adoramos la tecnología como los antiguos adoraban al becerro de oro, pero cuando nos convencemos de su incapacidad para diagnosticar un estado de ánimo, una esperanza perdida, una ilusión rota, una desazón o un dolor emocional, es cuando buscamos al médico-medicamento, al médico-placebo, al médico humanista.
Por todo ello, hoy más que nunca, es imprescindible la Deontología y por ende nuestro Código. El Código de Deontología no es el Código Penal y quien así lo entienda está profundamente equivocado. El Código de la Circulación o el Reglamento de Fútbol no están pensados para castigar sino para proteger nuestras vidas y las de los demás en el primer caso y para disfrutar de un gran espectáculo en el segundo.
Ha de servir para encauzar nuestra capacidad terapéutica física y emocional y debe ir de la mano de la Ética y de la Bioética. Entenderla como una disciplina cuartelaria o punitiva es un error. La Deontología debe ser nuestro marco normativo que nos transmita tranquilidad, seguridad, compañerismo y que positivice ese denostado concepto de corporativismo añoso que aún nos achaca una parte de la sociedad. En todo este entramado es imprescindible el apoyo de los Colegios de Médicos y de la Organización Médica Colegial.
Mi opinión personal es que la Deontología es más necesaria que nunca y también estoy en el convencimiento de que está más viva que nunca, aunque esto no es sinónimo de que esté suficientemente viva. Cada Congreso de Deontología supera al anterior en implicación y participación. En el Congreso de Badajoz le dimos cabida y profesión a los estudiantes, a nuestros inmediatos colegas, y ellos nos devolvieron multiplicado por mil entusiasmo, participación, ejemplo y esperanza en unos jóvenes dueños absolutos de su futuro. En sus manos está que sientan la necesidad de hacerse necesarios. De esta manera generaremos también en la sociedad la necesidad de apreciarnos y respetarnos. Cuando hayamos conseguido generar esa necesidad ejerceremos nuestra profesión, y viviremos nuestra vocación, sin miedos a agresiones e incomprensiones.
Esta profesión nuestra es una montaña rusa y estamos expuestos a múltiples vaivenes: Autonomía del paciente, obsolescencia del paternalismo médico, nacimiento y desarrollo de los cuidados paliativos, consentimiento informado, genética, sedación, gestación por sustitución, atención a menores, publicidad médica, intrusismo, violencia de género, precariedad laboral, pseudociencias, inteligencia artificial, big data, eutanasia etc. Y por si todo esto fuera poco tenemos que ser especialmente vigilantes en la relación con nosotros mismos y con el resto de profesiones sanitarias.
Por todo ello, y por muchos más, necesitamos de la Deontología más que nunca. Nuestro Código ha de ser nuestra guía y referencia, nuestro faro en todos los momentos de dudas e incertidumbres. La adquisición de una buena formación exige obediencia, disciplina, acatamiento de las normas y por supuesto un debate de ideas abierto desde el respeto a la pluralidad. Nuestro Código nos define como Profesión; es un modelo de autoexigencia encaminado a conseguir, de la mano de la Ética profesional e individual, la máxima excelencia.
La Comisión Central de Deontología, a la que tengo el honor de pertenecer, es y debe ser la nave nodriza de la Deontología; es decir aquella que lleva los depósitos de combustible para todos los barcos de la flota.
Los barcos de la flota son la Organización Médica Colegial, los Colegios de Médicos, la Sociedades Científicas y todas y cada una de las Facultades de Medicina. A todos les hago el mismo ruego: potencien la Deontología en todas las sedes colegiales, den entrada en sus comisiones a compañeros jóvenes, promuevan su enseñanza en los programas de estudio, favorezcan, mediante jornadas y seminarios, su divulgación y conocimiento. Doten a las Comisiones de Deontología de más autonomía.
«Aquellos que tienen el privilegio de saber, tienen la obligación de actuar.«
Albert Einstein (1879 – 1955)